El pasado fin de semana, Alemania recordó
al mundo, con grandes manifestaciones, el que se considera comienzo del
Holocausto: la Noche de los Cristales Rotos (entre el 9 y 10 de
noviembre se destruyeron sinagogas, tiendas y negocios de judíos bajo la
complicidad de las fuerzas de seguridad). Fue hace 75 años y marcaba el inicio de otro
periodo negro de la historia de la humanidad que Alemania ha decidido no olvidar.
El lunes, por su parte, Francia celebraba
95 años desde el Armisticio de la Primera Guerra Mundial que suponía el
comienzo de la paz tras años de guerra y desolación en el centro de
Europa. Desde ese primer acto en 1918, Francia no dejó de festejar el 11 de noviembre bajo el recuerdo de la paz y la unidad nacional incluso durante la ocupación de la Segunda Guerra Mundial.
Festejamos las victorias y veneramos a
los muertos, con actos y monumentos que nos hacen empequeñecer pues nos
recuerdan que la humanidad ha superado límites que nunca pensó alcanzar; que
como grupo, nación, familia o persona ha habido momentos en los que el egoísmo,
la avaricia y la codicia han podido más que la cordura.
El poder de los actos para evitar que la historia se repita es tan grande como peligroso, hay que luchar con el juego entre emociones, representaciones institucionales y personas directamente afectadas, para no hacer de la fecha señalada un motivo para lo contrario que nos proponemos y para lograrlo disponemos del protocolo, la diplomacia, la formación y la complicidad de la sociedad (no olvidemos nunca por quién recordamos).
Memorial Guerra de Corea en Washington |